En la época de Jesús era notorio el peligro y la dificultad que caracterizaba al camino de la Galilea a Jerusalén (especialmente desde Jericó a Jerusalén) por causa de los constantes robos y ataques a los peregrinos judíos que subían de la Galilea a Jerusalén al menos tres veces por año.
El camino se iniciaba en Jerusalén a unos 750 metros sobre el nivel del mar, y bajaba unos mil metros hasta alcanzar Jericó, en el valle del Jordán, a 260 metros bajo el nivel del mar.
La parábola del Buen Samaritano descrita en Lucas 10 no es un hecho histórico tal como concebimos la historia en nuestros días. Sin embargo, si analizamos esta parábola podremos llegar a varias conclusiones acerca del contexto geográfico, sociológico y religioso de la época.
En primer lugar, los samaritanos y los judíos constituían rivales irreconciliables; unos a otros se consideraban herejes. Los judíos fundamentaban sus razones en que los samaritanos hacían su culto en el monte Gerizim en lugar del Templo de Jerusalén. Además, solamente aceptaban a Moisés como único profeta, y no reconocían la tradición oral ni el libro de los Profetas ni el de los Escritos.
Los judíos de la Galilea, y Jesús entre ellos, en sus peregrinaciones podrían hacer el camino más corto y práctico desde la Galilea a Jerusalén transitando por las montañas de Samaria.
Sin embargo, preferían caminar por la ribera del Río Jordán (muy probablemente del lado de Jordania de nuestros días), extendiendo así su travesía y eso se debía a lo peligroso que le resultaba a un judío caminar por regiones samaritanas.
En segundo lugar, la parábola nos cuenta que un sacerdote y un levita pasan por delante del judío apaleado y lo ignoran, siguiendo su camino a Jerusalén. Normalmente pensaríamos que esa actitud se debía a una actitud de repudiable indiferencia al dolor, pero el significado va más allá. Es muy probable que ambos fueran rumbo a Jerusalén a oficiar en el Templo.
La ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche, y alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos.
La imagen del samaritano como el piadoso salvador del judío apaleado representa un cambio sustancial en relación al concepto del “prójimo”.
Esta claro que los personajes del sacerdote y el levita son mencionados en la parábola en forma intencional. Tampoco es casual atribuir al hombre misericordioso la condición de samaritano . Todo ello está muy deliberadamente escogido para subrayar la nueva noción de prójimo que Jesús quiere promulgar. Porque esta es la enseñanza de su parábola: el amor al prójimo sin importar su religión, su origen o su fe e inclusive si ese “prójimo” es tu propio enemigo.
Finalmente, el piadoso samaritano conduce al judío herido a una de las posadas que se encontraban en el camino y que tenían como función dar asistencia a los viajeros: proporcionarles agua, un lugar donde dormir bajo una fresca palmera en el cálido desierto, curar heridas, etc. tal como lo describe la parábola.
Justamente el actual museo del “Buen Samaritano”, inaugurado en el 2009, se encuentra en el camino que va a Jerusalén desde Jericó y es el lugar donde durante siglos sirvió como posada para los peregrinos que subían a Jerusalén inclusive desde la época del Segundo Templo.
En el museo se encuentran restos arqueológicos de la época del segundo templo (inclusive restos de uno de los tantos palacios del Rey Herodes) y allí se exponen fascinantes mosaicos principalmente de la época bizantina.
Uno de los hallazgos más impactantes es, sin dudas, la bellísima iglesia bizantina que ha sido restaurada manteniendo sus mosaicos originales y que se encuentra junto a las habitaciones de la posada .
Además, hay una muestra sobre los ritos de los samaritanos en la actualidad. Sí, ¡existen aún samaritanos! Son aproximadamente 1000 en total, la mitad de ellos viven en la ciudad israelí de Holón y la otra mitad residen en la ciudad palestina de Nablus o Siquém. El Monte Gerizin es el lugar más sagrado para la religión samaritana en nuestros días.