La Biblia y la estela de Meshá rey de Moab (Parte I: Descubrimiento y destrucción)

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La estela de piedra de Meshá, rey de Moab, es a la vez uno de los documentos auténticos más fascinantes de la época bíblica, y una de las decepciones más dolorosas de la investigación de esa época.

La historia del descubrimiento de la estela comienza en el año 1868.

El inmenso imperio Turco Otomano dominaba por ése entonces prácticamente todo el Medio Oriente por ya más de tres siglos y varios indicios apuntaban a su posible final: la mayoría de sus habitantes conformaban un mosaico de etnias y tribus no-turcas agobiadas por el peso del aparato gubernamental burocrático e inepto y la presión fiscal de un estado al cual percibían como lejano.

El imperio Otomano a sus finales mostraba señales de resquebrajamiento en todo aspecto, y las potencias europeas, sobre todo Gran Bretaña, Francia y Prusia, muy atentas a la situación, mostraban gran interés en aumentar su influencia en la zona previendo un posible desmoronamiento del imperio, entre otras cosas incrementando su presencia y trabando relaciones con diferentes etnias y minorías.

Gran cantidad de embajadores, cónsules, investigadores y representantes europeos se establecieron en ciudades a lo largo del imperio, e instituciones europeas de todo tipo fueron creadas, entre ellas religiosas, culturales, y científicas.

Arqueólogos aficionados europeos llevaron a cabo excavaciones en sitios que otrora fueron cuna de las grandes civilizaciones antiguas en toda la zona – Grecia, Egipto, Israel, Babilonia – y crearon institutos de investigación de ellas.

La proliferación de éstas actividades, junto con el carácter corrupto de la administración turca, hizo que enormes cantidades de piezas arqueológicas de la zona, muchas de ellas monumentales, hicieran su camino al Museo Británico de Londres, al Louvre parisino y al Museo de Pérgamo en Berlín, donde se encuentran hasta hoy en día.

Por lo general los europeos pagaban un precio acordado a autoridades locales y éstas otorgaron un permiso para llevarse las antigüedades. A veces era necesario pagar a más de una instancia.

Los habitantes del imperio, tanto autoridades locales como ciudadanos, tomaron consciencia de la posibilidad de hacer dinero fácil vendiendo antigüedades a los europeos que los visitaban.

Entre los europeos en la zona se encontraba F.A. Klein, un ministro anglicano médico-misionero de origen alsaciano, que con residencia en Jerusalén realizaba viajes por todo el territorio a ambos lados del río Jordán llevando alivio a enfermos en zonas rezagadas y ganando adeptos a su fe.

En agosto del 1868 Klein realiza un viaje montado a caballo a la región de Jabal Ajloun en transjordania llevando medicinas. El dominio del gobierno turco sobre esa zona por aquellos días no era del todo efectivo. En realidad la zona estaba controlada por tribus beduinas y sin la protección de sus líderes, era peligrosísimo para un europeo circular por ella.

El 19 de agosto de 1868 llega Klein a las cercanías de las ruinas de Dhiban, nombre que conserva el de la antigua ciudad de Dibón, la capital del reino de Moab según la biblia (p.ej. Jeremías 48:18, 22) acompañado por Zatam, el hijo del jeque de la tribu beduina de los Bani Shajr, una de las más poderosas de la zona y quién dispusiera su protección sobre el europeo.

La zona de Dhiban estaba controlada por la tribu beduina de los Bani Hamida. Conversando con los visitantes, éstos les comentan que en las ruinas de Dhiban hay una gran piedra negra con líneas de símbolos o letras indescifrables.

El relato despierta la curiosidad de Klein quien pide a sus anfitriones que se la muestren. Éstos aceptan y conducen a Klein y Zatam a las ruinas de la ciudad Moabita dónde les enseñan la piedra.

Según el relato de Klein el bloque de piedra de basalto negro de aproximadamente un metro de alto y 60 cm. de ancho estaba tumbado en la tierra sobre su espalda, y en su frente podían verse 34 renglones de letras grabadas en un hermoso estilo e increíblemente conservadas.

Klein comprendió de inmediato que se encontraba ante un tesoro epigráfico, pero no disponía de los conocimientos para descifrarlo.

Con el permiso de sus anfitriones copió algunos caracteres y dibujó la estela para enseñárselos a expertos, y acordó verbalmente con sus anfitriones la compra de la estela por la suma de unos 100 napoleones, la cual conseguiría después de mostrar sus dibujos a sus superiores. Cómo veremos a continuación fue ésa la primera y última vez que un extranjero vio entera a la estela.

A su regreso a Jerusalén Klein contacta inmediatamente al cónsul de Prusia J.H. Petermann y le urge a conseguir el dinero y concretar el negocio. Petermann envía una carta al Museo de Berlín y a mediados de septiembre recibe de éste por telegrama respuesta positiva autorizándolo a desembolsar la suma y adquirir la estela.

Klein comienza de inmediato sus aprontes para conseguir la estela y trasladarla a Berlín.

Ahora, para circular con la estela por lugares peligrosos sin despertar sospechas, necesita de una protección más fuerte de la que necesitó para circular sólo, y pide nuevamente la protección de su amigo y protector el jeque de los Bani Shajr.

Pero ésta vez el jeque lo decepciona y le informa que no podrá dar su protección a semejante acción.

Los Bani Hamida comienzan a comprender que los europeos están más que interesados en adquirir la piedra, se arrepienten del precio acordado, y le informan a Klein que ahora el precio es 1.000 napoleones.

Klein informa de urgencia a Berlín el nuevo precio, las autoridades del Museo de Berlín se decepcionan del manejo de Klein, y deciden obviar y tratar de obtener la estela por otra vía: se dirigen a Sabau Qawar, un maestro de escuela árabe de Jerusalén con relaciones de confianza con la embajada de Prusia, y le ofrecen hacerse cargo personalmente del caso e ir en su nombre a negociar, adquirir y trasladar la estela.

Qawar realiza varios viajes a los Bani Hamida y llega con ellos a un acuerdo escrito y firmado por 120 napoleones, meses después de la primer visita de Klein a Dhiban.

Pero con el pasar de ésos meses sucedieron dos cosas que influirían en nuestra historia:

1. Los clanes y tribus de la zona, como así también las autoridades turcas, se enteraron de la existencia de un preciado objeto para los extranjeros en territorio de los Bani Hamida.

2. La noticia también llegó a oídos de representantes de otras potencias europeas, quienes también contaban con informadores en toda la zona: el capitán británico Charles Warren y el investigador francés Charles Clermont-Ganneau.

Un intento de Qawar de concretar su acuerdo con los Bani Hamida y hacerse con la estela fracasó al informarles el jeque de los ‘Atwan, otra tribu por cuyo territorio tendría que pasar Qawar para transportarla, que debería pagarle también a él otra gran suma por pasar por su territorio.

Al ver que los prusos se demoraban y complicaban, Clermont-Ganneau decidió actuar, y en octubre de 1869 envió a un árabe de su confianza, Salim el-Qari, a Dhiban a tranzar con los Bani Hamida.

El enviado regresó con el dibujo de siete renglones que los beduinos le autorizaron a realizar.

Al ver el dibujo Clermont-Ganneau comprendió de inmediato que se trata de una joya epigráfica escrita en escritura hebrea antigua de la época del Primer Templo, que increíblemente había sobrevivido las garras del tiempo, y decide enviar un árabe de su confianza, Ya’aqub Karavaca con dos acompañantes montados a caballo. Karavaca va con dos claros mensajes en su nombre:

1. los franceses pagarán más que los prusos y sin complicaciones.

2. para que las cosas se concreten rápido y sin problemas, se solicita a los beduinos que permitan a Karavaca realizar una “facsimile”, es decir una copia hecha de papel mojado, el cual después de ser presionado sobre la estela, se desprende cuidadosamente y se seca al sol, obteniéndose así una copia en negativo de la inscripción.

Los beduinos aceptan los dos puntos, se aplica y desprende el papel mojado y se pone a secar al sol.

Pero en ése momento sucede algo imprevisto: una tremenda trifulca entre clanes familiares que componen la tribu Bani Hamida, pasa rápidamente de acaloradas vociferaciones a actos de violencia física.

El jeque es acusado de contrabandear y malvender algo que pertenece a toda la tribu. Karavaca y sus dos compañeros temen por su vida y deciden huir. En el medio de la trifulca uno de los acompañantes de Karavaca es herido en una pierna con un tajo de lanza.

El segundo compañero toma la “facsimile” que todavía no se había terminado de secar al sol, la parte en siete pedazos para poder meterla en su túnica y llevársela, y los tres huyen al galope perseguidos por beduinos enfurecidos.

Los jinetes lograron huir, pero la “facsimile” llegó muy dañada. Parte de ella se perdió al ser desgarrada en pedazos y en el galope desaforado, y las partes que llegaron lo hicieron en mal estado.

Cómo verán en la continuación de nuestra historia, éste suceso que parece sacado de una película del Lejano Oeste y no de una investigación científica, tuvo una importancia cardinal en el estudio de la inscripción, ya que la noticia de la pelea y del creciente interés de europeos en la estela llegó a oídos del gobernador otomano de Siquem (Nablus) quien envió a decir a los Bani Hamida que no se atrevan a vender la estela, que ésa estela es propiedad del gobierno otomano, y él cómo gobernador es quién la venderá y recibirá el pago por ella.

Al recibir el mensaje, los beduinos enfurecidos deciden destrozar la estela antes que permitir que el odiado gobernador se la apropie.

Encienden una fogata en su base y luego le arrojan agua fría y a golpes de mazazos la parten en pedazos que fueron distribuidos entre las familias de la tribu.

Ése fue el triste final de uno de los documentos extrabíblicos más importantes que se conservó casi intacto por más de 2.700 años pero no resistió la brutalidad moderna. Luego Clermont-Ganneau y Warren lograron adquirir de los beduinos tres pedazos relativamente grandes y varios pequeños de la estela.

La estela reconstruida se encuentra hoy en día en el Museo del Louvre en París compuesta de los pedazos rescatados, y el resto reconstruido en base a la “facsimile”, de aquí la inmensa importancia de ésta.

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