1. Hacia el año 50 de la era común al menos dos grupos judíos apocalípticos y marginales discutían sobre quién debía ser considerado el verdadero Mesías, es decir, el agente de Dios que salvaría y reivindicaría a los justos en el inminente final de los tiempos. Según los judíos henóquicos, el “profeta” Henoc era el personaje elegido por Dios para desempeñar esas funciones en el próximo futuro. Por el contrario, según los judeocristianos –cuyo primer representante pudo ser el hipotético documento “Q”– sólo Jesús podía ser identificado correctamente como el mesías de Dios con todas sus características. Los dos grupos, henóquicos y judeocristianos, tenían sus propios textos escritos esotéricos y exotéricos que funcionaban como sus banderas ideológicas. Cada grupo instaría a sus miembros a defender sus propios puntos de vista y a refutar las afirmaciones rivales. La refutación, sin embargo, fue siempre de manera indirecta, generando cada uno sus propios escritos en los que presentaban al mesías verdadero ignorando al mesías del grupo adversario.
2. Dentro de los henóquicos el libro-bandera fue el LP, hasta el capítulo 70. Pero aunque en él se presentaba a Henoc con todo su esplendor, se hacía hincapié a la vez en que este personaje era un mero ser humano, ciertamente excelso y elegido. Dentro de las siete cosas que el Altísimo había “creado” antes que el universo, estaba la idea perfectísima del mesías-juez final. Henoc era el individuo concreto en el que ese concepto se haría realidad. Pero sus efectos solo se verían en un futuro, aunque próximo. En esta fase LP no consideró como título mesiánico ningún sintagma parecido a “hijo de hombre”, cuyo uso, con demostrativos como “ese” o “este” designaban a Henoc como humano elegido, pero no como un título estricto que acompañaba su figura.
3. Los judeocristianos creyeron desde el primer momento que Jesús había sido el mesías, aunque su muerte en cruz suponía una grave dificultad al fracasar su misión, ya que por definición misma el mesías debía ser el gran triunfador. Sin embargo, la firme creencia en su resurrección / exaltación a los cielos produjo la certeza de que el evento de la cruz había sido una peripecia asombrosa, la realización del misterioso designio del Padre para lograr, por medio del sacrificio del Mesías, la remisión de los pecados…, no solo del pueblo elegido, sino de toda la humanidad. Y a ello se añadía que ese mesías retornaría pronto a la tierra para cumplir definitivamente su misión: instaurar el reino de Dios.
4. Al aumentar el número de conversos a la fe en Jesús-Mesías, la fe judeocristiana se expandió por el ámbito del Mediterráneo oriental de lengua griega, ya que la primera misión a los judíos no obtenía los resultados deseados. Y como la segunda venida del Mesías se retrasaba, en seguida se percibió la necesidad de ofrecer a los neoconversos en la lengua común, griega, los principales dichos y hechos de Jesús de forma breve.
5. Fue probablemente en la zona de Galilea y de la Siria próxima a ella donde se formó una colección de dichos del Señor traducidos pronto al griego –hoy denominada “Fuente de los Dichos” o “Q”– en torno, según parece, al año 50 e.c. Como Jesús había empleado algunas veces durante su vida la expresión aramea “hijo de hombre” – bar ’nash’– para designarse a sí mismo en tono general como ser humano, aunque en alguna circunstancia específica o particular, hubo necesidad de traducir también al griego esta expresión típica de Jesús en su lengua materna. Una traducción al griego meramente literal de este sintagma como hyòs anthrópou, sin artículo ninguno, significaba poco o nada para los nativos de esa lengua, de modo que se experimentó la necesidad de añadirle dos artículos “el hijo del hombre”, lo cual sonó rápidamente a título, por lo extraño que era en la lengua helénica. Pero la traducción con dos artículos era en sí correcta. Es así como en la Fuente Q apareció por vez primera en un documento judeocristiano en griego la expresión el “Hijo del Hombre”.
6. El texto daniélico Dn 7,13-14 no era comprendido por todos los judíos como una designación misteriosa del mesías, es decir como un título mesiánico, ya que podía referirse no a un individuo concreto sino al triunfo final de Israel (personalizado) sobre las naciones y a la instauración del Reino con ese mismo Israel como figura dominante del mundo. Pero hubo ciertamente algunos piadosos que vieron en esos dos versículos de Daniel la profecía de la futura presencia de un mesías humano, aunque muy cercano a Dios. Esos judíos pudieron pensar en Melquisedec redivivo o en el misterioso “hijo de Dios” qumránico, o en un rey del Israel futuro, o bien en el profeta Henoc que volvería al final a la tierra para la consumación de los tiempos. Por ello no es extraño que en ambiente judeocristiano, que esperaba la segunda venida del mesías Jesús, se empleara el texto daniélico para dibujarla: un mesías ya exaltado y celestial que descenderá a la tierra transportado por nubes como en Daniel según indica 1 Tesalonicenses 4,16-17, ya en el año 51 e.c., fecha muy cercana a la posible composición de “Q”.
7. Es, por tanto, en la “Fuente Q” en lengua griega donde se inicia este proceso de equiparación Jesús-Mesías-Hijo del Hombre, y donde comienza probablemente a ser considerado el sintagma “Hijo del Hombre” como un título expreso mesiánico referido a Jesús.
8. La teología del “Hijo del Hombre” pudo quizás ser la respuesta madura y definitiva del Evangelio de Marcos al Libro de las Parábolas, respuesta que siguieron otros autores sinópticos, Mateo y Lucas que también pertenecen a la escuela paulina como el primero. Si es que Marcos no conoció la Fuente Q, como se afirma, no queda claro cómo llegó a sus oídos este sintagma y su posible significado como título mesiánico, que aparece ya clarísimamente en su evangelio. Dentro de esta ignorancia por falta de datos, puede decirse que, si Marcos no fue el estricto inventor del título mesiánico “Hijo del Hombre”, sí al menos fue el propagador decisivo de la idea, asumida luego por sus sucesores Mateo y Lucas.
9. La reacción de los henóquicos a la teología marcana sobre el Hijo del Hombre, bien desarrollada ya, fue la composición del capítulo 71 a su Libro de las Parábolas, añadido claramente posterior al resto, en el que Henoc es declarado paladinamente por un ángel “El hijo de hombre que naciste para la justicia… (¡no Jesús de Nazaret!); tú eres el mesías; todos los justos marcharán por tu camino y el reino mesiánico durará por los siglos de los siglos”.
10. La última reacción judeocristiana al apéndice de los henóquicos al LP, el mencionado capítulo 71, pudo ser el Apocalipsis de Juan, donde Jesús, el mesías, es casi tan divino como el Padre y su trono, al lado del Padre, es casi de igual tamaño.
“Porque el Señor mismo, a una orden, a la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en el Mesías resucitarán en primer lugar. 17 Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor”.