¿Qué quiso decir Jesús con el camello y el ojo de la aguja?

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(Por el Dr. Ariel Álvarez Valdés)

Encuentro con desencuentros

Una de las frases más extrañas de Jesús fue la que pronunció el día que un hombre rico se negó a seguirlo. El relato se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mt 19,1624; Mc 10,17-25; Lc 18,18-25) y es, sin duda, una de las historias más tristes del evangelio.
Según el texto de Marcos, en cierta ocasión se le acercó a Jesús alguien para plantearle una inquietud. Tenía buenas intenciones. Incluso empezó llamándolo “«Maestro bueno»” (Mc 10,17), es decir, mostró un aprecio especial por Jesús. Hasta se arrodilló ante él. Sus antecedentes y su foja de servicios eran impecables porque venía cumpliendo todos los mandamientos desde su infancia (Mc 10,20). Le hizo además una pregunta importantísima a Jesús: “«¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?»” (Mc 10,17). Según Marcos, Jesús sintió un aprecio especial por él, porque: “Fijó en él su mirada y lo amó” (Mc 10,21), lo cual no se afirma de ninguna otra persona en el evangelio. Como vemos, todo había empezado bien. Sin embargo, terminó mal. Porque después de dialogar con Jesús, el joven decidió alejarse y no volvió nunca más.
¿Qué fue lo que pasó? El mismo evangelio lo explica: Jesús le había pedido que renunciara a sus riquezas, “y él se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mc 10,22). Fue entonces cuando Jesús dijo a sus discípulos la célebre frase: “«¡Qué difícil es que los que tienen riquezas en-tren en el Reino de Dios!… Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios»” (Mc 10,23-25).

Para volverse humildes

¿Por qué Jesús le ordenó a aquel hombre desprenderse de todos sus bienes? Para entenderlo, debemos tener en cuenta el contexto histórico del episodio. Pero antes, vamos a explicar el sentido de la curiosa frase: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja”.
Algunos comentaristas, ante lo absurdo de la metáfora explican que, en realidad, en tiempos de Jesús había en Jerusalén una puerta pequeña llamada “ojo de aguja”. Esta se hallaba junto a la gran puerta principal de ingreso a la ciudad. Cuando la puerta principal se cerraba por las noches, solo se podía entrar por la puerta pequeña. Ahora bien, si un comerciante llegaba tarde, y debía ha-cer entrar a sus camellos, la única forma que tenía de hacerlo era quitándoles la carga que traían en el lomo y haciéndolos pasar de rodillas. Según esto, lo que Jesús habría querido decir es que, para un camello, era más fácil pasar por aquel “Ojo de la Aguja”, arrodillándose y desprendiéndose de su equipaje, que para un rico entrar en el Reino de Dios, haciendo un acto de humildad y renunciando a sus posesiones.

La prueba de los sinónimos

Esta explicación es defendida por varios exegetas, como M. Derret (1986) y B. Bailey (2005). Además, en los últimos dos siglos se ha convertido en la preferida de los predicadores y mi-nistros religiosos, debido a las ricas enseñanzas que se pueden sacar de ella.
Sin embargo, encierra tres dificultades.
La primera, es que la anatomía del camello no le permite avanzar ni arrastrarse sobre sus ro-dillas, como para poder atravesar de ese modo la supuesta puerta de la ciudad.
La segunda, más importante aún, es que los arqueólogos e historiadores nunca han encontra-do registros de una puerta llamada “Ojo de la Aguja” que se remonte a los tiempos de Jesús. No existen evidencias documentadas ni restos arqueológicos de tal puerta, ni en Jerusalén, ni en ningu-na otra ciudad amurallada del Oriente. Se trata, pues, de una bella explicación, excelente para predi-car, pero infundada.
La tercera dificultad la hallamos en los mismos evangelios. Si Mateo, Marcos y Lucas se hubieran referido a una puerta determinada, el nombre tendría que haber sido el mismo en los tres evangelios. Pero resulta que para hablar del “ojo” de la aguja, Mateo emplea la palabra griega trýpema (ojo), Marcos trymaliá (ojo) y Lucas tréma (ojo). Y para hablar de la “aguja”, Marcos y Mateo emplean la palabra rafís, que alude a la aguja de coser, mientras que Lucas usa la palabra be-lóne, que era la aguja que los médicos de la época empleaban en sus cirugías. Esto demuestra que los sinópticos no estaban hablando de una puerta conocida, sino del orificio de una aguja, cualquie-ra haya sido esta. Por eso emplean distintos sinónimos para designarla, puesto que de todos modos el lector habría entendido la idea.

Con orígenes medievales

¿De dónde salió esta ingeniosa interpretación? Se trata de una ficción medieval. Hasta donde sabemos, el primero en mencionarla es un monje benedictino francés llamado Pascasio Radberto (s.IX), en su Comentario al evangelio de Mateo. Poco después, la retomó el teólogo francés Ansel-mo de Laón (s.XI), también en un Comentario a Mateo. Luego pasó a Tomás de Aquino (s.XIII), cuya autoridad teológica le otorgó peso exegético. Finalmente, en tiempos modernos se terminó po-pularizando gracias a G. Nugent, quien en sus diarios de viajes (1845) cuenta que, durante una tra-vesía, mientras se hallaba en la ciudad de Hebrón (Israel), oyó hablar de una puerta pequeña llama-da “Ojo de la Aguja” que él inmediatamente relacionó con la frase de Jesús.
Interpretar, pues, la expresión “ojo de una aguja” como referida a una puerta estrecha de Je-rusalén, o de Judea, o de sus alrededores, aunque resulte una interesante metáfora, no tiene ninguna base arqueológica, ni histórica, ni literaria, y no se le puede hacer decir a Jesús, o a los evangelistas, cosas que no dijeron, por más atrayentes que estas sean.

Solo aparece más tarde

Una segunda explicación, propuesta por otros exegetas, consiste en reinterpretar el término “camello”. Sostienen que la palabra griega kámelos (“camello”), que aparece en los evangelios, en realidad inicialmente decía kámilos (“soga”). Es decir, aludía a la cuerda dura y gruesa que se em-pleaba para amarrar los barcos a los muelles. Por un error de copiado, un escriba habría cambiado la letra griega “i” por la “e”, dando lugar a la palabra “camello” que no figuraba en el original. Por lo tanto, lo que Jesús habría querido decir es que, así como resulta difícil hacer pasar una cuerda grue-sa por el ojo de una aguja, es igualmente difícil que una persona rica entre en el Reino de Dios.
Esta interpretación parece estar apoyada por algunos manuscritos de Mateo (como el ma-nuscrito nº 579, del s. XIII), en los que efectivamente aparece la palabra kámilos (“soga”) en vez de kámelos (“camello”).
El primero en sugerir esta lectura fue el obispo Cirilo de Alejandría (s.V), en su Comentario a Lucas. A partir de él, muchos se han adherido a su propuesta, y actualmente la defienden numero-sos exegetas como G. Lamsa (1933) y M. Simonetti (2002).
Pero a esta explicación se le opone una dificultad insalvable. Y es que los manuscritos más antiguos e importantes traen la palabra kámelos (“camello”). Ninguno incluye la variante kámilos (“soga”). Solo a partir del siglo XI aparece esa enmienda en algunos textos; y es evidente que se tra-ta de una corrección hecha por los copistas para hacer más tolerable la dura frase de Jesús contra los ricos. Por lo tanto, no puede considerarse como la lectura original. Además, la palabra kámilos (“cuerda”) es un término raro y tardío, y no se usaba en tiempos del Nuevo Testamento.

Un debate sorprendente

Podemos concluir, entonces, que cuando Jesús hablaba de la aguja y del camello, se refería propiamente a una aguja y a un camello.
Así lo entendieron incluso los primeros cristianos, como se ve en un curioso episodio narra-do en la obra apócrifa titulada los Hechos de Pedro y Andrés, compuesta hacia el año 200. Allí se cuenta que un hombre rico llamado Onesíforo deseaba hacer los mismos milagros que Pedro. Este le dijo que, para ello, debía renunciar a sus bienes; y le citó la frase de Jesús sobre el camello y el ojo de la aguja. Onesíforo le respondió que, si le mostraba que ese dicho funcionaba, creería en Je-sús. Pedro entonces le pidió a un vendedor ambulante que le prestara la aguja más pequeña que tu-viera; y al ver venir un camello, clavó la aguja en tierra y gritó: “En el nombre de Jesucristo yo te ordeno, camello, que pases por el ojo de esta aguja”. Inmediatamente el ojo de la aguja se agrandó, el camello pudo atravesarlo, y luego volvió a su tamaño original (Hch de Pedro y Andrés,13-17).
Onesíforo quedó impresionado, y le pidió que repitiera el prodigio, pero esta vez con una mujer montada sobre el animal para hacerlo más difícil. Pedro clavó nuevamente la aguja en tierra, y el camello volvió a pasar con una mujer a cuestas. Deslumbrado, Onesíforo le dijo que estaba dis-puesto a entregar sus tierras, su oro y su plata a los pobres, si él podía hacer el mismo milagro. El apóstol le respondió: “Si crees, también puedes”. Onesíforo se paró frente a la aguja y le ordenó al camello atravesar el orificio. El camello lo cruzó, pero se detuvo en la mitad. Pedro le explicó que eso se debía a que no estaba bautizado. Entonces los apóstoles fueron a su casa, y esa noche se bau-tizaron mil personas (Hch de Pedro y Andrés,18-23).

No hay que buscarle la lógica

¿Por qué Jesús empleó una metáfora tan extravagante? En realidad, lo que hizo fue elegir el animal más grade que los judíos veían diariamente, y compararlo con el agujero más pequeño que 3 había, para crear la idea de algo absurdo de imaginar. Era algo típico de Jesús, a quien le gustaba emplear frases paradójicas para que a su auditorio se le grabaran las ideas. Por ejemplo, cuando cri-tica la obsesiva piedad de los fariseos, les dice: “¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y se tragan el camello!” (Mt 23,24). Como los fariseos filtraban las bebidas por si hubiera caído algún mosqui-to, pues lo consideraban impuro (Lv 11,41), les dice que eso no sirve de nada, porque con su com-portamiento injusto, era como si se tragaran un camello, el animal más grande que veían, ¡y además impuro! Otra vez aparece al camello en una frase absurda.
Lo mismo cuando dice que los hipócritas ven la paja en el ojo ajeno, pero no ven la viga en su propio ojo (Mt 7,3-4); o que si uno tiene fe, puede trasladar una montaña (Mc 11,23); o que si uno peca con su mano derecha, debe cortársela y arrojarla lejos (Mt 5,30); o que es más fácil que se derrumbe el universo, antes de que desaparezca un acento de la Ley de Moisés (Lc 16,17). En todos estos casos Jesús emplea una hipérbole, es decir, una expresión exagerada, propia del lenguaje oriental, a la que no hay que buscarle lógica ni coherencia.

Todo apunta a lo mismo

Volvamos ahora a la escena evangélica de Jesús y el hombre rico. Cada uno de los tres si-nópticos trae su propia versión.
Según Marcos, quien se acerca a Jesús es simplemente “uno” (Mc 10,17), sin más. Cuando describe sus bienes, dice que era “muy rico” (Mc 10,22). Y ante el pedido de Jesús, comenta que “se alejó” (Mc 10,22).
Mateo transforma a ese “uno” en un “joven” (Mt 19,20). De ahí que todo el mundo conozca a este episodio como el “del joven rico”. Quizás lo caracterizó así, porque en su tiempo eran princi-palmente los jóvenes los que abandonaban su familia y renunciaban a sus bienes para seguir a Jesús. También añade que debía renunciar a sus bienes “para ser perfecto” (Mt 19,21); lo cual hizo que a veces en la Iglesia se interpretara que había dos clases de cristianos: los “perfectos” que renuncia-ban a todo (como los monjes y sacerdotes), y los cristianos de segunda categoría, que no se atrevían a tanto.
Por su parte, Lucas dice que quien conversa con Jesús es un “principal” (Lc 18,18), es decir, un personaje importante de la comunidad. Acentúa además la exigencia: mientras en Marcos y Ma-teo Jesús le pide al hombre que deje “lo que tiene” (Mc 10,21), en Lucas le pide que deje “todo lo que tiene” (Lc 18,22). También aumenta las posesiones del hombre: no era “muy rico” (Mc 10,22: Mt 19,22) sino “sumamente rico” (Lc 18,23). Y trae un final sorprendente: la frase del camello y la aguja no la dice a sus discípulos, como en Marcos y Mateo, sino al hombre rico (Lc 18,24). Con ello da a entender que el rico representaba a alguien de la comunidad cristiana, una persona de con-ducta recta, pero que no se había tomado en serio el mandato evangélico de compartir sus bienes.
Cada evangelista, en su versión, dejó en claro que los ricos no podían entrar en el Reino de Dios.

Porque aquí hay polillas

Aclarado el significado de la frase de Jesús, y explicada la escena del evangelio, vamos a la pregunta del comienzo. ¿Por qué Jesús fue tan estricto con aquel hombre acaudalado? ¿Para Jesús estaba mal tener dinero? La respuesta es: sí. Estaba mal. Pero para captar el alcance de esta exigen-cia debemos tener en cuenta, como dijimos, el contexto histórico de la prédica de Jesús. Él anuncia-ba la venida del Reino de Dios. Estaba convencido de que su llegada era inminente (Mc 1,15; 9,1; 13,30). Y ante el poco tiempo que quedaba, no tenía sentido acumular bienes y riquezas. Había que preparar el corazón para el nuevo mundo que se avecinaba.
Así se entienden algunas de sus frases, como por ejemplo: “«El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío»” (Lc 14,33). “«Vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres; luego ven y sígueme»” (Mc 10,21). “«No amontonen riquezas en la tierra, donde la polilla y la he-rrumbre las carcomen y los ladrones abren boquetes y las roban»” (Mt 6,19-20). O cuando tilda de necio al que “«atesora riquezas para sí, y no se enriquece ante Dios»” (Lc 17,21).
Estas frases no eran simples consejos, ni propuestas opcionales, sino verdaderos mandatos que había que cumplir literalmente. Pero que solo se entienden con la mirada puesta en la próxima llegada del Reino de Dios.

Adelantando el futuro

El Reino predicado por Jesús, además de inminente, tenía una segunda característica que ex-plica el pedido al hombre rico: su aparición pondría fin al mundo de sufrimientos tal como estaba, y daría paso a una nueva época de prosperidad, bienestar y abundancia para todos. Sería como un gran banquete donde todos podrían comer gratis y nadie pasaría hambre, ni sed, ni necesidad algu-
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na. Por eso Jesús enseñaba: “Felices los que tienen hambre, porque serán saciados; felices los que lloran, porque reirán»” (Lc 6,21). Y exhortaba a sus discípulos: “«No se preocupen por sus vidas pensando que comerán, ni con qué se vestirán» (Mt 6,22).
Que el Reino era concebido como un festín de comidas, alegría y abundancia, se ve en nu-merosos dichos de Jesús. Por ejemplo: “Muchos vendrán de Oriente y Occidente para sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob” (Mt 8,11-12). “Yo, por mi parte, dispongo de un Reino para us-tedes, para que coman y beban a mi mesa, en mi Reino” (Lc 22,29-30). O la exclamación: “«Dicho-so el que pueda comer en el Reino de Dios»” (Lc 14,15), como si el rasgo principal del Reino fuera la satisfacción de las necesidades materiales de la gente. Por eso Jesús se reunía tantas veces a co-mer y a beber con los pecadores y excluidos (Lc 15,1-2), adelantando lo que iba a suceder en el Reino, y le dedicaba tanto tiempo a curar a los enfermos, señalando que con su venida se iban a cu-rar todas las dolencias.
Con estas ideas en mente, era una insensatez ser rico y acumular bienes de más.

La doctrina sigue en pie

Jesús fue muy exigente con sus seguidores. Además de pedir la renuncia a sus bienes les or-denaba que no usaran dinero (Mc 6,8), que anduvieran solo con lo puesto (Mc 6,9), que si les quita-ban algo lo dejaran (Lc 6,30), que lo que prestaran no lo reclamaran de vuelta (Lc 6,34), y que die-ran a cuantos les pidieran (Lc 6,30). Esos mandatos hoy resultan inaplicables. No podríamos cum-plirlos. Si alguien intentara seguirlos al pie de la letra, quedaría en la ruina. Es que solo se entienden en el contexto de la prédica de Jesús, que tenía como horizonte el inminente arribo del Reino con sus recompensas materiales.
Hoy los seguidores de Jesús tienen otro contexto histórico, otras circunstancias y otras nece-sidades. Por eso es preciso replantearse el sentido de sus enseñanzas. Sin embargo, sigue siendo vá-lida la advertencia de fondo que él hizo: no se puede servir a dos señores, es decir, a Dios y al dine-ro (Mt 6,24). En un mundo empobrecido, con millones de personas que carecen de lo básico para vivir, con hombres y mujeres desempleados que no pueden mantener a sus familias dignamente, con niños que realizan trabajos de esclavo, con ancianos abandonados que revuelven la basura para comer de noche, acumular riquezas de manera desmedida sigue siendo un despropósito. Y el cre-yente actual en Jesús, aunque no tenga que vender todo lo que tiene, debe aprender a mitigar heridas con sus bienes, sean estos pocos o muchos. Porque como decía Mahatma Gandhi, con no menos du-reza que Jesús: “El que tiene algo que le sobra y no necesita, es un ladrón”.
(Del libro: Nuevos enigmas de la Biblia, volumen 6)

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